3 de septiembre de 2018

Anécdotas jurídicas #1: La historia del Juez Manuel Samperio


Como en toda profesión, existen anécdotas comentadas entre los que ejercitan su profesión que exponen situaciones peculiares que se dan en la práctica y que reflejan enseñanzas o ejemplos de como un profesional adepto a su profesión puede lograr situaciones inverósimiles en detrimiento o beneficio de la imagen de su carrera.

En el caso de los abogados, este tipo de anécdotas abundan por doquier y de todo tipo. Desde la experiencia de un simple profesor narrada a sus estudiantes, hasta aquellas fábulas que se impregnan y conoce (o debería conocer) todo abogado. Un ejemplo de estos últimos es la historia del Juez de Distrito Manuel Samperio.


El relato de este coterráneo mío no la conocí en las aulas de la escuela de derecho, si no por mera casualidad a través la obra 'Para Hacerlo una Vez por Semana' del ministro Genaro Góngora Pimentel, un libro que adquirí por mera curiosidad en Amazon y cuya reseña ya le he comentado en una publicación anterior.

La historia en comento sucedió en tiempos revolucionarios, concretamente en la Ciudad Juárez revolucionaria:

Cuenta la historia que un día el Juez de Distrito Manuel Samperio, un oriundo de Yucatán de voz profunda, sereno, ya entrado en edad para aquellos días, culto y versado en todos los sentidos, disfrutaba de la plácida tarde en la habitación de su hotel jugando Dominó en compañía de amigos, políticos y distintos personajes.

La habitación donde tenía desarrollo la partida tenía vista por medio de un balcón a la calle principal que en aquellos días dominaba la ciudad y en donde el hotel tenía su ubicación, calle desde el cual los murmullos que solo un tumulto enardecido generaba se hacía cada vez más fuerte y que naturalmente despertó la curiosidad de los jugadores de dominó quienes salieron al balcón a observar de que se trataba semejante bullicio.

Resulta pues, que dicho tumulto se debía a un pelotón de soldados comandado por un sargento alzado en orgullo y autoridad que jalaba con una cuerda a un hombre amarrado de los brazos. Este caminaba con aire de inconfundible abatimiento, pero levantó la vista al balcón y reconociendo al juez federal, le gritó:

-iSeñor juez, me van a fusilar, ampáreme!

Naturalmente el Juez Samperio, pomposo como solo él podía ser, levantó su brazo exclamando: ¡procede tu demanda!, ¡te concedo la suspensión! 

Lo que sucedió despues fue que el juez Samperio inmediatamente bajó a la calle a alcanzar al pelotón para explicarle al sargento que él, un juez federal, había concedido la suspensión del fusilamiento, por lo que el sargento debía entregarle a su prisionero, pues quedaba desde ese instante protegido por el amparo y protección de la justicia federal.

El militar contestó con la seguridad y el aplomo de quien sabe lo que hace: "yo no conozco a esa potestad y sólo obedezco órdenes de mi general Francisco Villa".

Ya se imaginarán que, como todo evento caracterizado por dicha peculiaridad, ya se había reunido alrededor del pelotón un grupo numeroso de curiososque fueron testigos de la inutilidad del juez de distrito de conseguir que le entregaran al quejoso en el presente asunto.

Resulta pues, que ya en el paredón de fusilamiento y con el prisionero listo para su ejecución sucedió una situación todavía más peculiar: el juez se paró frente al hombre ya vendado de los ojos. Su posición era inmejorable, tenía la pierna izquierda un poco adelantada, los brazos extendidos, el cabello abundante y entrecano, revuelto (vaya, todas las historias necesitan héroes en poses acordes a su valentía). Era imposible no advertir el efecto que aquella acción había causado en los espectadores, la sorpresa en la cara de los soldados y la contrariedad del sargento.

El juez, aprovechando su ventaja, dijo: "¡si usted fusila a este hombre tendrá que asesinar también al representante de la justicia de la Unión!".

Siendo así que el juez puso en peligro su vida para hacer cumplir un mandato judicial y con un militar enfrentado con tal decisión, no se encontró una salida más airosa que suspender la ejecución para consultar al general Villa.

Los generales revolucionarios que tenían el poder de hecho en el país, se hacían acompañar de abogados, a quienes consultaban los problemas jurídicos y seguían siempre sus consejos, pues entonces, en aquellos días, a pesar de las épocas de guerra civil, las formas se guardaban y se respetaban las decisiones judiciales. El abogado le aconsejó cumplir con la ley y el prisionero fue entregado al juez por orden del general Villa.

Este tipo de historias en lo personal me encantan, porque más allá del romanticismo o la realidad de las mismas, reflejan la verdadera naturaleza del Amparo, como herramienta de defensa del gobernado en contra de los actos u omisiones de la autoridad, siendo que representa en todos sus alcances, el mayor y más efectivo medio de defensa (medio de control constitucional en palabras más exactas) del gobernado contra las arbitrariedades e injusticias de las autoridades que burlan los derechos humanos y sus garantías establecidas en la constitución general de la república,.

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